Rendez-vous en la madrugada
Sus citas oníricas se hicieron habituales; aprendieron a conducir sus sueños hacia el sendero de aquel bosque otoñal.
1. Encuentro fortuito en la madrugada
La primera vez que se vieron fue en un destello onírico en el último sueño de la madrugada, poco antes del Alba. Ambos paseaban en direcciones encontradas por una vereda flanqueada de árboles en un bosque otoñal, y al cruzarse se miraron a los ojos, pero no se dijeron nada. En el brevísimo instante que duraron sus miradas, antes de despertarse, Andrómaca pudo fijarse en la cara de asombro y el cabello graciosamente despeinado de Arturo, y se sintió cautivada por él. Arturo, a su vez, tuvo tiempo de quedar prendado de los ojos rasgados y las deliciosas pecas de la nariz de Andrómaca.
Pero el amanecer se los llevó de vuelta antes de permitirles cualquier tipo de interacción.
El despertador del teléfono móvil de Arturo lo sacó del sueño, y abrió los ojos en la cama de su dormitorio, en el piso del barrio de Carabanchel que compartía con dos antiguos compañeros de estudios con los que ya apenas tenía conversación.
Andrómaca, por su parte, fue despertada por el silbante zumbido del primer aerodeslizador urbano de la mañana, cargado de operarios sintéticos de Cuarta Fase, que sobrevolaba puntual las azoteas de la colmena-hogar donde vivía, hacia las plantas de producción del anillo exterior de la ciudad.
* * *
Arturo tuvo que hacer un gran esfuerzo para incorporarse de la cama, porque la mente le pedía a gritos regresar al sueño en el que había visto a aquella muchacha. Mientras se duchaba, al cerrar los ojos bajo la lluvia de agua caliente, evocó de nuevo esa mirada de ojos rasgados y poco a poco fue cincelando en su memoria los rasgos de aquel rostro soñado, hasta que quedaron nítidos en su recuerdo. Después se tomó el primer café de la mañana antes de salir de casa y correr calle abajo hacia la estación de metro, camino de su trabajo en el centro de Madrid. La cara de aquella chica soñada le acompañó todo el día, sin que inexplicablemente pudiera desprenderse de ella.
* * *
Andrómaca abandonó su litera y se introdujo en la cabina de atomización higiénica que dejó su cuerpo limpio y perfumado con un delicado aroma a lilas. Ordenó a Madre, el ordenador central de La Colmena 237 donde tenía su celda-hogar, que le preparase un café aromático de los valles meridionales de Ilión. Con la taza caliente entre sus manos, describió a Madre las facciones del chico del sueño, y tras varios intentos fallidos, consiguió una imagen de su rostro muy aproximada a la que había quedado impresa en su recuerdo. Guardó el resultado en su tarjeta personal y tras comprobar que ya llevaba retraso, se apresuró a tomar el ascensor-cápsula que la llevó al cuarto subsuelo del séptimo distrito donde trabajaba como ingeniero adjunto de desarrollo metahumano en el Laboratorio Regional de Investigaciones Cibernéticas. En los momentos en los que su trabajo le permitía un receso, sacaba de su bolsillo su tarjeta personal, y contemplaba la imagen del muchacho soñado.
* * *
A lo largo de los días siguientes, el recuerdo de este encuentro onírico persiguió a ambos de forma insistente, sin que pudieran encontrar una razón lógica que explicase la obsesión que les dominaba. Cada noche acudían a sus lechos con la esperanza de ver repetido su fugaz encuentro.
Pero no fue hasta pasados diez días, que ambos volvieron a coincidir en la vereda alfombrada de hojas secas del bosque otoñal de aquel primer sueño. Esta vez, al encontrarse, se detuvieron el uno frente a la otra y se dedicaron una sonrisa. Permanecieron mudos, sin saber qué decirse, mirándose a los ojos durante un tiempo indeterminado (entre un par de minutos y varias horas, porque ya se sabe que en los sueños el tiempo discurre caprichosamente y cada uno lo percibe a su manera), sin encontrar las palabras adecuadas para romper el silencio, hasta que el maldito despertador del teléfono móvil y el condenado primer aerodeslizador urbano de la mañana se encargaron de llevarles de vuelta a sus respectivas realidades.
En la tercera ocasión en que se encontraron, un mes y medio después, en el mismo sendero de siempre, habían tenido ya tiempo de planear una reacción:
— Hola, me llamo Andrómaca.
— Hola, me llamo Arturo.
Dijeron ambos al unísono, en español y en ilionés, o en ilionés y en español, tanto da, y ambos se entendieron sin problema, pues otra de las cosas que tienen los sueños, es que no importa el idioma que hables, siempre te entenderán.
2. La Osa Mayor o el Carro de Hécuba
El primer impulso de Arturo fue el de besar las mejillas de Andrómaca, pero ella, como en su mundo no se estilaban los besos a modo de saludo, le tendió la mano abierta para que él la tomase.
Sus manos se aproximaron, y cuando se produjo el contacto, una nube de minúsculas centellas los envolvió. No sintieron dolor o calor, tan solo un extraño cosquilleo que les hizo despertar a cada uno en su lecho, a universos de distancia la una del otro.
Este tercer encuentro frustrado contrarió a ambos por igual, pero no perdieron la esperanza de poder repetirlo. Cada noche, al apagar la luz de cabecera de sus lechos, pensaban en la posibilidad de volver a verse.
La siguiente ocasión en la que coincidieron no se hizo esperar tanto. Tan solo tres noches después se encontraron de nuevo en el sendero habitual.
— No podemos tocarnos —dijo Andrómaca—, si nos tocamos, nos despertaremos.
— Pues entonces no lo hagamos —replicó Arturo—. Demos un paseo y hablemos tan solo.
Caminaron por la vereda que atravesaba el bosque otoñal. Pese a la oscuridad de la noche, una suave fosforescencia de origen incierto lo impregnaba todo, haciendo innecesaria cualquier tipo de iluminación artificial. Ambos llevaban las mismas ropas que en sueños anteriores, las mismas que llevarían en los posteriores: Arturo un pantalón vaquero clásico, una camiseta negra y unas zapatillas deportivas, Andrómaca un mono bicolor amarillo y blanco que a él le recordó el que Uma Thurman vestía en la película Kill Bill y unos botines blancos sin hebillas ni cordones. Al principio no tuvieron qué decirse, pasearon en silencio bajo los árboles, hasta que Andrómaca le preguntó qué clase de nombre era Arturo y qué significaba. En un primer momento, él no supo qué contestar, porque el suyo era un nombre muy normal, pero como ella esperaba impaciente su respuesta, lo único que le vino a la cabeza fue la leyenda del Rey Arturo.
— Es el nombre de un antiguo rey, que fue noble y valiente, según cuentan las leyendas. ¿Y Andrómaca? Tu nombre sí que es extraño. ¿Por qué te llamas así?
— Andrómaca fue la esposa de Héctor, el Emperador Fundador de Ilión. En mi tierra es un nombre muy común. Muchas mujeres lo tienen junto a su número natal.
— ¿Su número natal?
— Sí, mi nombre completo es Andrómaca 80884. ¿Tú no tienes número natal?
— No… Yo tengo nombre y apellidos, como todo el mundo.
— ¿Nombre y apellidos?
— Sí, yo me llamo Arturo, y mis apellidos son Olmedo y Díaz. Olmedo por mi padre, Díaz por mi madre.
— Es curioso, guardáis homenaje a vuestros progenitores. Sois extraños en tu mundo.
— Ya te digo.
El sendero por el que caminaban se adentró en un claro del bosque y pudieron contemplar por primera vez el firmamento estrellado. Andrómaca, más versada en la ciencia astronómica, dedujo por la posición de las constelaciones, que aquel lugar indeterminado en el que se encontraban, estaba situado en el hemisferio norte del planeta. Arturo señaló una formación de estrellas que reconoció como la Osa Mayor (la única constelación que él sabía identificar). Andrómaca negó con la cabeza y la llamó el Carro de Hécuba. De ello dedujeron que la disposición astronómica era la misma en sus dos realidades, pero que el nombre de los cuerpos celestes divergía.
Continuaron su conversación comparando las diferencias entre sus mundos. El de Andrómaca muy tecnificado, frío y deshumanizado, igualitario y desapasionado, carente de grandes conflictos, limpio y equilibrado; el de Arturo mucho más humano y pasional, con todo lo bueno y lo malo que eso arrastraba, siempre en constante conflicto, desequilibrado, en peligro de extinción y en progreso desordenado.
Cuando finalmente la hora de despertar llegó, anunciada por sus respectivos reclamos sonoros, les bastó una simple mirada para asegurarse de que si nada lo impedía, volverían a encontrarse la próxima noche.
3. Universos divergentes y mitologías apócrifas.
Y de esa forma ocurrió. Sus citas oníricas se hicieron habituales. Aprendieron rápidamente a conducir sus sueños hacia el sendero de aquel bosque, y cada noche paseaban entre sus árboles. Por más que caminaban, aquella arboleda no parecía tener fin. El camino serpenteaba de un lado a otro, unas veces entre pinos o abetos, otras entre álamos o castaños, una noche se encontraron con altísimos eucaliptos. De vez en cuando hallaban en su deambular alguna pequeña pradera rodeada de floresta y se sentaban en la hierba para contemplar la luna mientras charlaban.
De esta forma, supieron que ambos habitaban el mismo planeta, y que tenían una historia común hasta un suceso legendario que los diferenció.
Los universos de Arturo y Andrómaca se separaron hace más de tres mil quinientos años. El momento exacto en que esto ocurrió fue la tarde en la que Héctor, héroe máximo de Troya, derrotó en singular combate a Aquiles, comandante de los Mirmidones, y su hermano Paris acabó de un certero flechazo, con la vida de Ulises, cuando la mente de este ya estaba dando vueltas en torno a la idea de un gran caballo de madera cargado de soldados. Troya fue liberada de su cerco por los defensores, y el rey Príamo derrotó y persiguió a los ejércitos griegos hasta el último confín del mar Mediterráneo. Príamo fue el último rey de Troya, y su hijo Héctor el primer emperador de Ilión. Su dinastía acabó dirigiendo un imperio que gobernó el destino de los cinco continentes durante más de tres mil años, hasta la actualidad de Andrómaca.
Por supuesto, en el universo de Arturo, las cosas no sucedieron así. Lo contó Homero en su poema épico La Ilíada. Aquiles, furioso por la muerte de su amado Patroclo, derrotó a Héctor, acabando con su vida. Ulises ideó la trampa del caballo de Troya y los griegos franquearon las murallas, masacraron a niños, mujeres y hombres y arrasaron la ciudad hasta sus cimientos. Grecia floreció en el Mediterráneo como no lo había hecho hasta entonces, mientras los descendientes de los escasos supervivientes huidos de la destruida Troya, fundaron siglos después las bases de lo que sería el Imperio de Roma.
En el universo de Andrómaca, el imperio de Ilión se hizo dueño del planeta, conquistando los pueblos de oriente y occidente. Al carecer de enemigos externos, no tuvieron grandes conflictos, no perdieron mil años en una oscura Edad Media. El planeta, gobernado por una dinastía milenaria arropada por una casta de tecnócratas que apostó por la ciencia, alcanzó un alto grado de desarrollo tecnológico, pero a cambio, su civilización jamás conoció algo parecido al poder del pueblo. La democracia era para ellos una idea desconocida, aunque nunca sufrieron en su historia verdaderos episodios de tiranía sangrienta, porque el concepto de oposición al sistema era inimaginable para la inmensa mayoría de la población. El desarrollo científico les llevó de forma temprana a cruzar la frontera de la atmósfera. Convirtieron la Luna en una de sus provincias, Marte estaba en un proceso de terraformación que aún duraría varios siglos, y ya habían sido enviados enjambres de minúsculas sondas interestelares no tripuladas a las estrellas más cercanas.
Por tanto, Andrómaca conocía el poder de la ultratecnología y cómo esta era capaz de dotar de equilibrio a su mundo, pero también ignoraba conceptos básicos para Arturo como la libertad y la pasión humana. Arturo, por su parte, sabía de estos ideales fundamentales, pero a cambio, vivía en un planeta herido, azotado por la guerra, las hambrunas, los desastres medioambientales y las catástrofes naturales ingobernables.
4. Ensayos de vuelo sin motor
— Estamos en un sueño —dijo una noche Arturo—. En un sueño todo es posible. ¿Tú crees que podremos volar? ¡Nunca lo hemos intentado!
— ¿Y cómo lo hacemos? —Respondió Andrómaca.
— No lo sé… Corramos para coger impulso y movamos los brazos como los pájaros.
A Andrómaca, de pensamiento mucho más analítico y racional que Arturo, esta propuesta le resultó un tanto extravagante, pero antes de que pudiera opinar nada, su compañero ya se había lanzado a intentarlo, de forma que encogiéndose de hombros y sintiéndose un poco ridícula, comenzó a imitarle.
Aquella noche pasaron el resto del sueño entre risas, corriendo, saltando y agitando los brazos arriba y abajo como dos niños apasionados; lo intentaron de diferentes maneras, en terrenos con inclinaciones diversas, cambiando la cadencia en el movimiento de los brazos, pero apenas consiguieron despegar los pies del suelo unos pocos metros.
— Deberíamos tener prótesis aerocibernéticas y una disposición anatómica más aerodinámica—dijo Andrómaca.
— No —concluyó Arturo—, nos bastaría con tener unas alas como los ángeles.
5. Amor de invierno
Se encontraban una noche sentados en la hierba de un claro del bosque contemplando la vía láctea mientras esperaban su despertar.
— No puedo tocarte —dijo Arturo—, no puedo besarte, porque nos despertaríamos. No podemos salir de este bosque sin separarnos. Nuestra historia está encerrada en un sueño recurrente. Tan solo podemos conversar y acompañarnos a unos centímetros de distancia, que para mí parecen un millón de años luz. Estamos condenados a vivir un amor platónico.
— ¿Qué es un amor platónico? –Preguntó Andrómaca.
— Si, ya sabes, platónico, por Platón.
— ¿Platón?
— El filósofo griego.
— En mi mundo nunca ha existido ningún filósofo llamado Platón.
— ¿De verás? ¡Qué extraño! Bueno, nosotros decimos que cuando un amor es puro y espiritual, ya sabes, un amor que nunca podrá ser consumado físicamente, se trata de un amor platónico.
— Ya veo, es lo que nosotros llamamos un amor de invierno.
— ¿Un amor de invierno?
— Sí, un amor frío, un amor no autorizado por las reglas de compatibilidad de la Conciencia Madre
— ¿La conciencia madre?
— Sí, la Conciencia Madre es la mente colectiva del planeta, en la que se encuentran volcadas las mentes de todos los humanos vivientes, todos los parámetros de sus intereses y anhelos, sus deseos, sus miedos, sus preferencias, todo lo que nuestra tarjeta personal detecta de nosotros a lo largo del día.
— Vamos, un poco como nuestro Google.
— ¿Google? ¿Así llamáis a vuestra Conciencia Madre?
— No, olvídate de eso. Me estabas contando lo que era el amor de invierno.
— Sí, como te decía, es el amor que no está aprobado por la Conciencia Madre, y por tanto no puede llegar a la fase de relación sexual, y mucho menos a la de procreación. Pero aún así, es un tipo de amor muy extendido entre nuestra población, que se vive en la distancia y queda relegado a un plano espiritual. Ese es más o menos el concepto de vuestro amor platónico, ¿No?
—¡Vaya, sí que sois raros! Sí, supongo que son conceptos similares… ¿Pero a nadie se le ocurre desobedecer a la conciencia madre y acostarse con quien le apetezca?
— ¿Desobedecer a la Conciencia Madre? —Preguntó Andrómaca con incredulidad ante la ocurrencia descabellada de Arturo— Eso no es posible. No conozco a nadie que lo haya hecho.
— ¡Jodido Google de los cojones!
Cuando el cielo que los cubría comenzaba a alborear, ambos escucharon a lo lejos un zumbido familiar.
— Es el aerodeslizador que me despierta cada mañana —dijo Andrómaca.
Unas campanas insistentes llamaron de pronto a sus espaldas.
— Mi tono de despertador —dijo Arturo—. Voy a tener que poner otro más agradable. Bueno, tenemos que dejarnos por esta noche.
Antes de despedirse, ella le miró a los ojos.
— Arturo, júrame que eres real.
— ¿A que viene eso ahora? ¡Ya sabes la respuesta! Por supuesto que lo soy, de la misma forma que tú.
Pronunció estas palabras con una sonrisa, y al instante siguiente, ambos despertaron a solas en sus habitaciones.
6. La encrucijada
Una noche paseaban por el camino del bosque mientras hablaban animadamente, cuando de forma inesperada, se encontraron con una encrucijada situada en un claro del bosque que nunca antes habían visitado. Se trataba de una intersección en cruz de cuatro caminos dispuestos en ángulo recto. En el centro del cruce, a modo de isleta, había un banco circular con un mástil en su centro que sostenía cuatro carteles direccionales que señalaban a cada uno de los caminos que partían de la encrucijada. En el que señalaba al sendero del que procedían se podía leer “TIERRA DE LOS SUEÑOS (ayer, hoy, mañana)”, en el que indicaba el camino de la izquierda ponía “ILIÓN – Ciudad Peninsular Central (3645)”, en el de la derecha “EUROPA – Madrid (2022)” y, finalmente, en el que apuntaba al camino que discurría frente a ellos, se leía un misterioso “Otra Zona – O. Z. (Siempre)”.
* * *
Se acercaron primero al camino de su izquierda; un nuevo cartel refrendaba el del centro de la encrucijada: “Ilión, Ciudad Penínsular Central, 3645”.
— Ilión es mi mundo —dijo Andrómaca—, Ciudad Penínsular Central es donde vivo, y esa cifra es el año del que provengo. Vamos, acompáñame, no temas. Te presentaré mi realidad.
Ella se adentró unos pasos en el camino. Arturo vaciló indeciso unos segundos antes de seguirla. ¿De verdad iba a ser tan fácil? Finalmente, dio un paso al frente pero se golpeó de bruces contra una barrera invisible, como quien choca con el cristal limpio de un escaparate. Durante unos segundos, resplandeció con un brillo ambarino el molde que el cuerpo de Arturo había dejado impreso en el éter maleable que constituía aquel obstáculo imperceptible, hasta que fue desapareciendo poco a poco.
— No puedo entrar. Hay algo que me lo impide.
* * *
Acudieron a continuación al camino de la derecha. Igual que en el anterior, un cartel anunciaba su destino: “Europa, Madrid, 2022”
— Madrid es mi ciudad —dijo Arturo cuando leyó el cartel—, y el 2022 es mi año actual. —A continuación entró en el camino y mirando sobre su hombro se dirigió a Andrómaca— ¿Lo vas a intentar?
Ella dio un paso al frente y alargó los brazos con precaución. Las palmas de sus manos tocaron una especie de gelatina invisible que deformó la luz alrededor de la zona de contacto.
— Me pasa lo mismo que a ti —dijo ella—, hay una barrera que no puedo cruzar. Parece que nos está prohibido visitar otro mundo que no sea el nuestro.
* * *
Observaron finalmente el cuarto camino. Se acercaron a él y comprobaron que una bruma gris lo envolvía, de forma que tan solo permitía ver los primeros metros antes de sumergirse en la nada.
— ¿Y este camino —se preguntó Arturo—, a donde llevará?
— No lo sé —respondió Andrómaca—, pero da miedo.
— ¿Intentamos comprobarlo?
— No lo sé. ¿Tú que dices?
Arturo se encogió de hombros.
— Digo que la vida no es para los cobardes. Además, ¿Que nos puede pasar? Como mucho, nos despertaremos de este sueño.
Dieron un primer paso y no ocurrió nada. Se miraron sorprendidos. Dieron un segundo paso. Nada nuevo, salvo una ligera brisa que movió el flequillo de Andrómaca. Un tercero, un cuarto paso. El viento ganó fuerza. Dieron dos pasos más y se desató entonces un incontrolado vendaval que les hizo retroceder. Lo intentaron de nuevo y fueron otra vez rechazados, y una tercera vez con el mismo resultado.
— Este camino también nos está prohibido —dijo Andrómaca dándose por vencida.
* * *
A partir de esa noche, todas sus citas acababan en la encrucijada. Allí aguardaban, sentados en el banco, la llegada del amanecer y después se despedían para tomar cada uno el camino de vuelta a su realidad.
7. La flor de Coleridge y las medusas de Júpiter
Una madrugada, ambos llegaron a un acuerdo. En su próximo sueño, cada uno traería de su mundo un objeto singular y se lo ofrecería al otro como regalo.
Andrómaca eligió una burbuja de polímero transparente en cuyo interior se proyectaba un holograma con el movimiento sinuoso y delicado de dos medusas aerostáticas jovianas recientemente descubiertas en la atmósfera alta de Júpiter por la sonda robótica Eneas 4 antes de ser engullida por la inmensa gravedad del planeta.
Arturo, por su parte, recordando el mito literario de la flor de Coleridge, eligió una rosa de terciopelo rojo salpicada con gotas de rocío de cristal.
Ambos se acostaron aquella noche con sus respectivos objetos. Arturo aseguró la rosa a su mano con cinta americana para no perderla. Andrómaca esparció finísimo polvo magnético en la palma de su mano y en la superficie de la burbuja holográfica. Y de esta forma entraron en el mundo de los sueños. Andrómaca llegó la primera, y esperó sentada en el banco de la encrucijada. Arturo tardó un poco más, porque se retrasó en un extraño sueño en el que corría descalzo por el borde del alero de una inmensa catedral gótica, sorteando gárgolas grotescas y relámpagos silenciosos, hasta que encontró la forma de salir de él a través de un gigantesco tobogán que le llevó hasta la encrucijada. Para entonces, ya calzaba de nuevo sus acostumbradas zapatillas de deporte.
— Te he traído esta flor —dijo Arturo al verla.
— Y yo esta holo-burbuja —replicó Andrómaca sonriendo con sus ojos rasgados
Para evitar el contacto, dejaron los objetos sobre el banco, y de esta forma cada uno cogió el que le correspondía. Al principio temieron que el fenómeno de rechazo que los despertaba cuando se tocaban, se reprodujera también con aquellos objetos, pero esto no ocurrió. Se maravillaron al poder tocar por fin algo procedente de su persona amada.
Pasearon como cada noche por el sendero de aquel bosque infinito. En una y otra dirección lo hicieron, hasta que finalmente, como cada amanecer, volvieron a la encrucijada. Allí aguardaron el final del sueño sentados en el banco.
Cuando Arturo despertó, encontró en su mano la holo-burbuja en la que flotaban ingrávidas dos medusas azules. Se demoró en la cama observándolas embobado, y aquella mañana llegó tarde al trabajo y tuvo que inventarse una indisposición pasajera para justificarse.
En su celda-dormitorio, Andrómaca abrió los ojos y observó que sujetaba una rosa de terciopelo rojo entre sus manos. Ordenó a Madre fabricar un estrecho jarroncito de cristal esmerilado que colocó junto a la cabecera de su litera con la flor en su interior. Esa mañana recibió una reprimenda de su jefe de laboratorio porque la sorprendió en varias ocasiones sonriendo con mirada ausente y desatendiendo su trabajo.
8. La niebla gris y el camino de baldosas amarillas.
— Si hemos sido capaces de retener los regalos que nos hicimos hace unas noches, eso significa que es posible, de algún modo, burlar nuestras limitaciones —dijo Andrómaca.
— ¿Qué quieres decir con eso?
— Que tal vez podamos salir de esta situación de ensueño que nos tiene cautivos. Si yo conseguí llevar a mi mundo tú flor y tú llevaste al tuyo mi holo-burbuja, si esos objetos traspasaron la frontera del sueño… ¿Por qué no podemos hacerlo también nosotros mismos?
— ¿Tú crees que eso es posible? —Preguntó Arturo.
— ¡Oh, no lo sé! Pero deberíamos planteárnoslo, ¿No crees?
Se acercaron al camino inexplorado
Otra Zona – O.Z. (Siempre)
Nuevamente, como la primera noche que pisaron la encrucijada, intentaron adentrarse en el camino cubierto de niebla, y de nuevo fueron rechazados por un fuerte vendaval que curiosamente respetaba la bruma que lo envolvía.
— No es posible entrar en él —dijo Andrómaca.
— ¿Entonces qué diablos pinta aquí? —Se preguntó Arturo.
En las noches sucesivas, le dieron mil vueltas al enigma del cuarto camino. Intuían que esa era la vía de salida a su situación, que si conseguían adentrarse en él, estarían juntos para siempre. Pero…¿habría alguna forma de franquear aquella barrera de niebla gris que lo envolvía?
— Es curioso cómo el camino nos permite adentrarnos unos metros en él antes de que el fuerte viento nos rechace—dijo Andrómaca—. Es como si no reuniéramos algún requisito, pero se nos diera esos metros de margen para cumplirlo.
— Es a partir del sexto paso, cuando se desata el viento que nos echa para atrás.
— Tal vez haya en ese intervalo de espacio algún mecanismo oculto bajo el suelo que nos abra el camino.
— Busquémoslo entonces.
Nuevamente se internaron en los límites del cuarto sendero. Cautelosamente, tantearon el suelo con los pies, barriendo la arena con las punteras de sus calzados, buscando algún resorte, alguna trampilla, algún ingenio mecánico escondido. Conforme se iban acercando al límite de los seis pasos la fuerza del viento iba aumentando.
— Aquí no hay nada —dijo Arturo dándose por vencido.
— No es posible, algo tiene que haber —respondió Andrómaca., que imprudentemente iba adentrándose más y más en el camino, de forma que el viento azotaba ya fuertemente sus cabellos.
— Ten cuidado, no te alejes más.
— Tiene que haber algo —repitió ella a gritos sobre el rugir del viento.
Inclinada hacia adelante y apretando los dientes, intentó dar un último paso al frente, pero el vendaval desatado la hizo retroceder violentamente.
— ¡Andrómaca! —gritó Arturo, al ver cómo perdía el equilibrio, e instintivamente se lanzó hacia ella para sujetarla.
La agarró de una de sus muñecas y ambos cayeron al suelo.
— ¿Estás bien? —Preguntó Arturo estrechando las manos de Andrómaca.
El viento había cesado. Una extraña calma los envolvía. Se miraron incrédulos, primero a los ojos, después a sus manos entrelazadas.
— Arturo, nos estamos tocando.
— Es cierto… Y no nos hemos despertado… Seguimos juntos.
— ¿Te has dado cuenta? —Dijo Andrómaca mirando a su alrededor— El viento se ha calmado.
Ella hizo intención de levantarse del suelo.
— Espera, tengo que hacer una cosa —dijo Arturo sujetándola, y acercó su rostro al de ella; vaciló un instante y después la besó en la boca.
Ella saboreó dócilmente ese primer beso. Era una experiencia nueva para sus labios, que jamás habían besado, porque la Conciencia Madre nunca la había emparejado con nadie.
— Lo siento, tenía que hacerlo —se disculpó Arturo al ver su expresión de sorpresa.
— No —susurró Andrómaca tiernamente, y agarrando a Arturo por la nuca, lo atrajo hacia ella y se besaron nuevamente.
* * *
Cuando se recuperaron de su momento de pasión, observaron que a sus espaldas, la encrucijada se había desdibujado y que frente a ellos, la niebla gris había desaparecido. El bosque otoñal se abría frente a ellos en abanico, a la luz del sol naciente, dando paso a una pradera veraniega, al fondo de la cual se oteaba un pequeño pueblo de tejados rojos. Un camino empedrado con adoquines amarillos conducía hacia él.
— ¿Baldosas amarillas? —Preguntó Andrómaca extrañada.
— ¡Sí! —Respondió Arturo— ¿No es maravilloso? ¡Es el camino de baldosas amarillas que lleva a la tierra de Oz! O.Z. ¡Otra Zona!
Agarrados de la mano, contemplaron maravillados el amanecer. Arturo, contagiado por la magia del momento, comenzó a tararear alegremente una exótica versión de la canción “Follow the yellow brick road” que dejó un tanto confusa a Andrómaca. Y de esta forma, dejándose envolver por los aromas del estío, se adentraron en aquel camino de adoquines dorados.
9. Epílogo
Cuando los agentes del Departamento de Policía de Ciudad Peninsular Central entraron en la celda 405 de la Colmena 237 del Quinto Distrito, la encontraron vacía. Su moradora, Andrómaca 80884, que hacía una semana no se presentaba en su puesto de trabajo en los Laboratorios de Investigaciones Cibernéticas del subsuelo del Séptimo Distrito, no se hallaba en su interior. Lo único reseñable que encontraron fue un jarroncito de cristal esmerilado en la cabecera de su litera, con una rosa roja de un rarísimo tejido que las factorías textiles de Ilión hacía más de quinientos años habían dejado de producir.
* * *
La desaparición de Arturo Olmedo Díaz fue denunciada por sus padres en la Comisaría de Policía del distrito de Carabanchel, varios días después de que fuera visto por última vez por sus compañeros de piso a la hora de acostarse. Se esfumó dejando la cama deshecha, y todas sus pertenencias en su habitación, incluyendo la documentación, el dinero y la tarjeta de crédito. También dejó sobre la mesilla de noche una burbuja de plástico transparente suavemente iluminada en cuyo interior se proyectaba la imagen de dos extrañas medusas nadando sinuosamente, y que muchos años después de su desaparición, aún continuaba funcionando.
Cáceres, 23 de julio de 2022
Dedicado a ti, lector, que has llegado hasta el final de este cuento, pese a su extensión. Gracias por tu paciencia e interés.
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23 julio 2022 a las 13:52
Querido amigo, sinceramente, tengo que aplaudirte y animarte encarecidamente a que publiques tus escritos, en concreto, éste.
No puedo decir nada de cómo está escrito, tu eres claramente el experto, pero si puedo decir que es una historia que me ha mantenido con los ojos abiertos hasta el final (y eso que lo leo en mi tiempo de descanso y desde el móvil; en cuanto llegue a casa lo haré como merece). No sé cómo se te ocurren estas historias, claramente hay que tener algún don. Lo bien hilada que está y lo bien que la resuelves. No era fácil encontrarle ese final que ha dado un golpecito en mi corazón y que me ha hecho desear locamente ser la protagonista.
A lo largo de la historia iba pensando yo misma a que mundo me gustaría pertenecer, donde elegiría estar, que haría yo. Tengo que reconocerte que mi impaciencia casi me pedía que leyera el final primero (pero no lo he hecho).
Enhorabuena, amigo y por favor, plantéate publicarlo de verdad o enviarlo a algún sitio.
De hecho, si me lo permites, querría hacer una llamada desde mi blog al tuyo 😉
Y por último, gracias por la dedicatoria pero en realidad gracias a ti por regalarnos esta historia.
Ahora solo querría ser la prota, es posible, amigo mío?
Un abrazo gigante
23 julio 2022 a las 14:49
Gracias amiga.
Lo que ocurre es que me ves con buenos ojos.
No sé si el cuento es bueno o malo… Lo que sí sé es que me he divertido mucho escribiéndolo, y eso, de una forma u otra, se tiene que reflejar en el resultado final.
No necesitas mi permiso para esa llamada en tu blog.
¿Quieres ser la protagonista?… Todo depende de lo intensos que sean tus sueños…😴
23 julio 2022 a las 21:19
Tu cuento está fantástico, sin duda alguna eres un gran escritor, fue muy gracioso cuando intentaron volar, un abrazo amigo.
23 julio 2022 a las 21:38
Muchas gracias, Verónica. ¡Que más quisiera yo ser un gran escritor! Por lo pronto yo lo intento; escribir es una de mis pasiones. Y por cierto, tú también lo haces muy bien. 😉 Y por supuesto… un fuerte abrazo cruza ahora mismo el Atlántico y el Caribe para ti.
23 julio 2022 a las 21:46
Ya llegó, jajajajja, como siempre lleno de buena energía, muchas gracias peregrino.
12 agosto 2022 a las 17:49
Emocionante, mantienes el interés. Me gusta
12 agosto 2022 a las 18:46
Muchísimas gracias, amiga…¡¡¡qué gran satisfacción que te haya gustado!!!
16 agosto 2022 a las 16:09
Me ha encantado soñar este sueño😉
16 agosto 2022 a las 17:59
Ya lo dijo el gran Calderón de la Barca:
“¿Qué es la vida? Un frenesí. ¿Qué es la vida? Una ilusión, una sombra, una ficción; y el mayor bien es pequeño; que toda la vida es sueño, y los sueños, sueños son”.
Así que, amiga mía, soñemos y vivamos… porque soñar es vivir y vivir es soñar.