Teddy y la noche de San Nicolás en la ciudad asediada


Era la noche de San Nicolás en la ciudad asediada, y Teddy llegó a la casa  para cumplir el sueño de una princesita de ojos alegres.


Uno

Teddy es un oso de peluche hecho y derecho, de esos que llaman la atención cuando los ves sobre la cama o sentados en el suelo en un rincón de la habitación, de esos que no caben en el armario de los juguetes, de esos en cuya panza puedes recostar la cabeza para dormir una siesta confortable.

Teddy lleva meses escondido en la oscuridad y hoy, por fin, ha salido del almacén de juguetes bajo el brazo de un hombre que, a pesar de su rostro derrotado por el cansancio y la desesperación, aún se permite una sonrisa. Es la víspera de San Nicolás en la ciudad asediada y nuestro hombre ha podido dedicar unos minutos al final de su jornada de trabajo en el pelotón de limpieza de escombros para acudir a aquel almacén de las afueras, uno de los pocos donde aún se pueden adquirir juguetes, aunque sea a un precio prohibitivo.

Con tanto dolor y destrucción a su alrededor, tal vez no sean tiempos propicios para la celebración, pero mientras de él dependa, su hija Oleksandra tendrá esta noche su regalo de navidad. San Nicolás acudirá con su trineo, sorteando las trincheras congeladas y los puestos de artillería, evitando los campos de minas y rodeando las formaciones de carros de combate grises.

El hombre coloca el oso de peluche en el asiento del copiloto de su viejo Lada Niva y enciende el motor; su sonido bronco resuena en las calles semi vacías. Debe darse prisa, la hora del toque de queda está próxima. De camino a casa tiene que atravesar cuatro puntos de control. Los guardias, ateridos de frío bajo la nevada, apenas le prestan atención. Este año no hay adornos de navidad en las calles; la ciudad está sumida en el frío y la oscuridad, encogida por la tristeza y el miedo.

Dos

Ya ha atardecido cuando el hombre llega a casa. Entra furtivamente y se asoma cuidadoso al salón, intentando ocultar a su espalda el oso de peluche, para que su hija no lo sorprenda con él. Su mujer sale del dormitorio de la niña al escuchar la puerta. Él le pide con un gesto que guarde cautela y entre susurros pregunta por su hija.

— ¿Donde está Oleksandra?

— Aquí, en su dormitorio —contesta ella con voz casi inaudible, señalando al otro lado de la puerta que acaba de cruzar.

Él se lleva el índice a los labios para pedir silencio y le enseña el oso de peluche a su mujer

— ¡Oh, es precioso! —murmura ella— ¡Qué grande! ¡Le va a encantar!

Mientras su mujer entretiene a la niña, el hombre esconde el oso en el dormitorio matrimonial y cierra la puerta. Después, de la forma más inocente, llama a la niña y los tres se reúnen en la cocina; es el lugar más caliente de la casa. En este invierno en guerra, los continuos cortes eléctricos los han condenado al frío y la penumbra. Un infiernillo de gas portátil les proporciona algo de calor y les permite calentar la cena, nada especial, una sopa y unos huevos revueltos.

— Mami —dice la niña mientras observa a su madre cocinar—, ¿Esta noche viene San Nicolas?

— Sí, hija —contesta la madre.

— ¿Y me traerá algo?

— Solo si te portas bien. Si te comes toda la cena y te acuestas temprano.

— ¡Vale!

Cuando se encuentran repartiendo los platos y cubiertos en la mesa para comenzar a cenar, les sobresalta el aullido apremiante de la alarma antiaérea.

— ¡Joder, esta noche no! —exclama el hombre.

— ¡Hala, lo que ha dicho! —dice Oleksandra llevándose las manos a la boca— Mami, papá ha dicho un pecado.

Con una resignación adquirida en los últimos meses, la madre se entrega al ritual que ya se ha convertido en una triste rutina. Toma de la mano a la niña y la arrastra hasta su dormitorio. Allí le coloca el abrigo, las botas, el gorro de lana y las manoplas.

— ¿Qué pasa, mamá? —pregunta Oleksandra mientras permite dócilmente que su madre la vista— ¿Otra vez caen las bombas?

— Sí, hija.

— ¿Puedo llevarme esta noche al refugio la muñeca pelirroja?

— Sí, pero no te distraigas.

Mientras la niña busca su muñeca, ella prepara en la cocina unos bocadillos, unas galletas, un termo con caldo caliente, un brick de leche y una botella de agua y lo guarda todo en una mochila. Mientras tanto, el hombre recoge el equipaje de mano que, desde que empezaron los bombardeos, tiene siempre preparado, y en el que guarda las ropas y enseres imprescindibles para el caso de que la alarma se demore más de lo habitual o, Dios no lo quiera, su casa resulte afectada por el bombardeo y no puedan volver a ella.

Cuando se disponen a salir de la casa, el hombre recuerda el oso de peluche que escondió en el dormitorio.

— Cariño —dice a su mujer agarrándola del brazo mientras le guiña un ojo—, id adelantándoos vosotras, que ahora os alcanzo.

— De acuerdo —responde ella adivinando la intención de su marido–, pero no tardes.

Cuando se asegura de que su hija ya no puede verle, toma el peluche y acude con él al salón. Este año no tienen árbol de navidad, de forma que lo coloca sentado en el suelo, junto al televisor; allí lo verá su hija inmediatamente cuando regresen a casa tras el bombardeo.

— Tú aguarda aquí a que volvamos —susurra el hombre al oso de peluche—, hay una hermosa princesita de ojos alegres que ha soñado contigo; seguro que os haréis inseparables.

En la penumbra, Teddy parece esbozar una sonrisa, pero se trata tan solo de un efecto óptico provocado por las sombras.

Tres

Un par de minutos después, los tres corren por las calles oscuras, hacia la boca de metro más cercana, a unos quinientos metros de su casa. A su alrededor, corren otras familias que, como ellos, buscan también un lugar seguro.

De pronto escuchan una explosión en las alturas y el cielo sobre sus cabezas se ilumina proyectando sus sombras sobre el manto de nieve. Esta noche la alarma de bombardeo se ha retrasado más de lo habitual y los proyectiles les han sorprendido antes de llegar al refugio. Los tres contemplan las estelas luminosas que las bombas incendiarias de fósforo dibujan en el cielo nocturno, sobre los tejados de los edificios.

Peregrino de Casiopea - Teddy y la noche de San Nicolás en la ciudad asediada 2

— Mira, papi… ¡Fuegos artificiales!

— Sí, hija mía, corramos, 

— Son bonitos.

— Corre, hija —urge la madre.

— ¿Vamos al metro? —pregunta la niña.

— Sí, corre.

— ¿Estarán allí mis amigos?

— Sí, no te pares

— ¿Y si viene San Nicolás mientras estamos fuera de casa?

— No te preocupes —responde el padre, cogiendo en brazos a la niña—, te dejará el regalo en el salón. Allí estará cuando volvamos.

Corren por los surcos transitados en la nieve hacia la boca de metro, encogidos por el frío. La sirena de la alarma antiaérea no para de aullar sobre la ciudad asediada, como el lamento agonizante de una criatura prehistórica.

Cuatro

En el salón de la casa, el oso de peluche aguarda solitario en la penumbra. Los estruendos de las explosiones hacen temblar los cristales de la ventana, y el resplandor de las bombas se filtra a través de las rendijas de las persianas.

De pronto hay un segundo de inesperada calma, como si la atmósfera se vaciara de todo ruido y a continuación se desata el desastre. La pared exterior del salón estalla en cientos de cascotes. El polvo asfixiante se mezcla con el negro humo de las llamas provocadas por el proyectil incendiario.

Teddy no puede tener miedo, de hecho, no puede siquiera esbozar el más rudimentario pensamiento, porque es un simple oso de peluche y su cabeza está rellena de fibra de poliéster, pero si contemplas en este mismo momento su rostro, con las llamas reflejadas en sus redondos ojos de plástico, es posible que notes en su expresión algo parecido al temor; tal vez, si pudiera pensar, Teddy se lamentaría de acabar consumido por el fuego sin haber podido disfrutar del abrazo de una princesita de ojos alegres que había soñado con él.


Peregrino de Casiopea - Teddy y la noche de San Nicolas en la ciudad asediada 1

Cáceres, 3 de enero de 2023


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