Buscando el perdón


Una noche fría. Un conductor solitario buscando el perdón.


Me han dicho que te han visto haciendo autostop al anochecer en aquella carretera que lleva a Majadahonda. Me han asegurado que te han visto en varias ocasiones y que parecías triste y desamparada.

Es cierto que siempre fuiste un tanto melancólica, pero es normal si tenemos en cuenta que perdiste a tus padres siendo adolescente, en esa serie de desgracias encadenadas que se los llevaron a la tumba. Nos conocimos en la época del instituto, cuando apenas hacía unos meses que tu padre acababa de morir de un infarto y no más de dos años que a tu madre se la llevó un cáncer de pecho.

Fue precisamente tu imagen desvalida la que me hizo fijarme en tí. Me parecía un delito que una chica tan hermosa como tú vagase sola por los pasillos. Incluso había quienes se burlaban cruelmente de tí por eso. Inspiraste mi ternura y desde ese momento decidí convertirme en el paladín de tu causa.

No confiabas en nadie y me costó muchas semanas ganarme tu amistad, pero una vez franqueada tu muralla, en poco tiempo nos hicimos inseparables. Yo tampoco era un portento de popularidad, de forma que encajamos a la perfección. Conmigo volviste a sonreír, eso por lo menos sí me lo atribuyo.

No hay duda de que fuimos la pareja perfecta, por lo menos durante los primeros años, aquellos en los que la pasión parecía indestructible. Fuimos felices, fuimos libres, fuimos dichosos.

Pero con el tiempo nuestra relación comenzó a instalarse en la costumbre. Nos convertimos en los novios eternos, de llamada diaria y encuentro en los fines de semana. Nunca dimos el paso final hacia la convivencia. Cuando acabamos la universidad, nuestros trabajos tomaron la delantera y relegamos nuestro amor a un segundo plano.

No supimos hacer frente a la realidad. La pasión inicial fue poco a poco diluyéndose. Ya no reíamos como antes y casi nunca bailábamos juntos. A pesar de eso, yo sé que tú nunca dejaste de quererme. No tengo nada que reprocharte, fuiste en todo momento una compañera leal. Por mi parte, es cierto que yo te fui infiel una noche de borrachera, pero tampoco dejé de amarte. Ten por seguro que, aún a día de hoy, sigues siendo la mujer que ha marcado más profundamente mi existencia, más incluso que mi actual esposa.

Ha transcurrido mucho tiempo desde que te fuiste para siempre, pero todavía apareces de forma inesperada en muchos de mis sueños. La perspectiva de los años pasados desde tu marcha, ha hecho que te añore y valore más de lo que lo hacía entonces.

Y por encima de todo, está mi gran culpa. Yo fui el responsable de tu partida. Esa pena siempre me acompañará.

Aquella madrugaba yo había bebido más de la cuenta, pero a pesar de eso me puse al volante para llevarte a casa. Discutimos no recuerdo ya por qué. No sabía lo que decía. Me puse impertinente contigo, te dije cosas que no sentía. Tú comenzaste a llorar y yo no supe parar. Te quitaste el cinturón de seguridad y me pediste que detuviera el coche. Yo te ignoré y aceleré aún más. La curva se nos echó encima, los faros del coche que venía de frente iluminaron tu rostro y las lágrimas que resbalaban por tus mejillas brillaron como diamantes perdidos. La colisión no fue especialmente dura, apenas un roce lateral. Nuestro coche hizo un trompo y luego se detuvo. Yo resulté ileso, pero tú te golpeaste contra el parabrisas. Cuando llegó la ambulancia, no pudo hacer nada por salvarte. Quedaste tumbada en la cuneta, cubierta con una manta térmica plateada que se movía con la brisa de la noche y que tapaba tu rostro ensangrentado pero dejaba al descubierto tus pies descalzos.

Fue culpa mía. No debí haber conducido bebido, no debí discutir contigo, no debí pisar el acelerador cuando me pediste que detuviera el coche.

Han pasado más de diez años desde entonces. Conduzco con el corazón encogido en un puño. Esta noche hace frío, como aquella en la que me dejaste.

Me han dicho que te han visto hacer autostop en esta carretera. Voy todo lo despacio que puedo, intentando encontrarte. Te estoy buscando para recogerte y llevarte hasta aquella curva maldita y pedirte allí perdón, para que puedas, de una vez por todas, alcanzar ese descanso que tanto mereces y acudas por fin junto a tus padres.

Yo por mi parte, espero tener la oportunidad de decirte que, a pesar de todo el tiempo pasado, aún te sigo queriendo.


Cáceres, 13 de junio de 2020

Buscando el perdón. Imagen final.

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