El peso del mundo
Se sintió como un miserable mercader que compraba la tranquilidad de su alma con dos chocolatinas y un par de raciones militares.
Afganistán, agosto de 2021
Sonja sacó la última fotografía antes de subir al furgón que les llevaría al aeropuerto de Kabul. Su ONG había recibido la orden de evacuar el país. Las fuerzas talibán estaban a las puertas de la capital, y era cuestión de días que se hicieran con el control.
Había apretado el botón del obturador con los ojos anegados en lágrimas y tuvo que enjugárselos con el dorso de la mano para poder examinar el resultado en la pantalla de la cámara fotográfica.
Estudió la instantánea antes de darla por buena. La mujer, anciana prematura, de ojos vidriosos y labios suplicantes, pronto cambiaría, a su pesar, el hiyab morado por el burka azul; los niños, de mirada igualmente triste, de infancia truncada por la guerra y la carestía, alargaban la mano esperando recibir la chocolatina Mars que Sonja les había prometido. Ninguno de ellos sonreía a la cámara, porque la vida en aquella tierra baldía y desolada, no hacía hueco para sonrisas.
Sonja, después de dar a los pequeños las chocolatinas, rebuscó en su mochila y encontró en ella dos paquetes de raciones de campaña que un contingente del ejército canadiense en retirada le había entregado esa misma mañana. Se excusó de que tan solo fueran dos y no tres. Al recibir los paquetes, la anciana le besó las manos, y este gesto de humilde agradecimiento la llenó de desolación. Se sintió como un miserable mercader que comprara la tranquilidad de su alma con dos chocolatinas y un par de raciones militares.
Mientras colocaba su macuto en el maletero del furgón, lanzó una última mirada a la anciana y los dos niños. Los pequeños retiraban impacientes el envoltorio de las chocolatinas.
— ¿No podemos llevarlos con nosotros?
Su compañero le miró con indulgencia.
— Sonja, sabes que no… Ya hemos hecho todo lo que hemos podido.—La agarró por los hombros— Es imposible ayudar a todo el mundo, a todas horas. Anda, sube a la furgoneta.
El furgón partió con los cooperantes del poblado que durante semanas había sido su hogar. Un viejo pastor que cuidaba a sus escuálidas cabras, les saludó a su paso con su cayado. Pronto dejaron atrás la pista de tierra vecinal y se incorporaron a la carretera asfaltada que llevaba a Kabul.
Sobre ellos pasó casi rasante, rugiendo ensordecedor, un viejo helicóptero Chinook, levantando con sus dos inmensas hélices una nube de polvo y paja seca que durante unos segundos envolvió la furgoneta; volaba cargado de soldados occidentales con su impedimenta que eran evacuados de los puestos avanzados que, paulatinamente, iban siendo abandonados.
Cuando el polvo fue dejado atrás, Sonja contempló, a través de la sucia ventanilla, el desfile de desheredados que huían de los talibanes por las cunetas hacia la capital con los pocos pertrechos que podían arrastrar; y de pronto, experimentó un vacío inmenso en su interior. Se sintió débil, se sintió vulnerable, se sintió inútil, y rompió a llorar. Lloró como no lo había hecho desde su niñez.
Porque Sonja, como todos los ángeles sin alas ni corona de luz que soportan el peso del mundo, encontraba su fortaleza en el llanto y sembraba esperanza con sus lágrimas.
Dedicado a todas aquellas personas que, de una forma u otra, soportan o han soportado alguna vez el peso del mundo, y de forma particular, a Mol, en justa correspondencia.
Cáceres, 12 de julio de 2022
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12 julio 2022 a las 20:06
He llorado mucho, muchísimo, con esta entrada. Por la historia, que ciertamente describe una realidad difícil de relatar con tanta delicadeza, tanta emoción, tanta ternura y tanta veracidad como tú lo has hecho (gracias en su nombre, y en el mío). Por la dedicatoria, porque realmente el peso del mundo en ocasiones nos hunde de verdad, y es que a veces, muchas veces, no funciona eso de dibujar sonrisas. Por la fotografía, tremendamente especial para mi, porque a ellos, yo no pude salvarles y quedaron atrás. Y por acordarte de mi en toda tu entrada. Mi agradecimiento a tu altruismo, es difícil, muy difícil de expresar. Mil veces gracias y mi abrazo mas sincero para ti.
12 julio 2022 a las 20:39
¿Quién dice que pintar sonrisas no es importante? Tal vez en esa fotografía no se pudo conseguir, pero seguro que en otras, anteriores o posteriores, si pudo hacerse. Gracias a ti por tu opinión e inspiración.
12 julio 2022 a las 21:49
«El peso del mundo» que fuerte, real y triste. Se me acongojo el corazón…
12 julio 2022 a las 22:16
Muchas gracias Verónica. Y recuerda esto: el peso del mundo no lo sostienen los gobernantes, ni los grandes estadistas internacionales, ni los generales, ni los consejos de administración de las grandes multinacionales, ni los influencers de moda efímera… No, lo sostiene gente sencilla que de forma desinteresada, hace cosas por la gente, por el planeta, por el bien general… lo sostienes tú cuando ayudas a alguien por el mero hecho de ayudar. Como siempre, querida amiga, un abrazo transatlántico.
1 septiembre 2022 a las 19:41
Muy triste, doloroso y real tu relato. Cuanto sufrimiento deben de soportar sobre sus hombros estos valientes que exponen su vida para ayudar a los demás. No poder hacer más por ellos y tener conciencia de lo incierta que serán sus vidas tras su marcha…que horror.
1 septiembre 2022 a las 20:08
Efectivamente. Cuenta una leyenda judía que en cada generación hay en la Tierra 36 personas justas soportando el peso del mundo, y mientras ellas existan, el mundo seguirá girando. Difiero de la leyenda en el número, no son 36, son algunas más (el relato está dedicado a una que tuve la fortuna de conocer), pero en lo que sí coincido, es que sin ellas, no nos mereceríamos seguir en este planeta.