Soledad
Se sentía solo en medio de la multitud, y en su soledad, visitaba los paisajes de sus recuerdos reales e imaginarios.
Se sentía solo
En medio de la multitud, se sentía solo. Su mujer y su hijo estaban junto a él, pero se sentía solo. En el trabajo bromeaba con sus compañeros, tenía fama de divertido, de ser ingenioso, pero la verdad es que se sentía solo. No tenía demasiados amigos, porque nunca había permanecido en un lugar el tiempo suficiente para cultivar una amistad para toda la vida, y por ello, por todo ello, se sentía solo.
Y en su soledad, visitaba los paisajes de sus recuerdos. Se asomaba a aquella playa que de pequeño, en verano, frecuentaba con sus padres; caminaba por las calles lluviosas de su infancia en el norte; ascendía por verdes caminos aquel monte que en su adolescencia contemplaba desde la ventana de su cuarto; corría por aquel parque donde tantas veces se había ejercitado; transitaba por la concurrida soledad de las avenidas y las plazas del Madrid de los noventa.
Pero también se aventuraba por las tierras imaginadas en mil lecturas: los yermos helados de Alaska, las quietas aguas del Mar de los Sargazos, las profundidades marinas donde habita el kraken, las junglas cargadas de peligros de África o de la India, los rojos desiertos de Marte.
Y mientras visitaba todos estos lugares, no paraba de hablar. Hablaba con sus amigos de la infancia, con sus lejanos primeros amores, con sus familiares ausentes. Hablaba con todos aquellos con quienes alguna vez quiso conversar pero no lo hizo, porque no se atrevió, o porque no lo creyó necesario en su momento, o sencillamente porque le fue imposible hacerlo.
Pero ahora, en la soledad espiritual de sus más de cincuenta años, podía hacer lo que se le antojara.
Y así, habló sobre la misma soledad con Robinson Crusoe en su isla desierta, mucho antes de que apareciera Viernes.
Habló con el Capitán Nemo a bordo del Nautilus sobre la crueldad de la condición humana.
Habló con Gregorio Samsa sobre la futilidad de la vida, mientras contemplaba incómodo como meneaba en el aire sus seis patas articuladas mientras descansaba en la cama sobre su caparazón de escarabajo.
Discutió con Rick, con una botella de whisky por delante, sobre cómo pasa el tiempo, sobre por qué dejó marchar a Ilsa en aquel maldito avión esa noche de niebla; y se interesó por cómo transcurrieron los años de cínica amistad con el Capitán Renault.
Rondó a Marilyn sin descanso, hasta que un día en el que estaba más arrebatadora que nunca con aquel vestido de noche rosa, ella le aseguró que los diamantes eran los mejores amigos de las mujeres, y él sintió que no estaba a su altura.
Acudió a desayunar croissants delante del escaparate de la joyería Tiffany’s en Manhattan, y allí se enamoró de Holly, de su vestido negro, su collar de perlas, su pelo recogido y sus gafas de sol. Hablaron y rieron, cantaron Moon River sin descanso, y acabaron de vacaciones en Roma, paseando en Vespa, ella transformada ya en la princesa Anne.
Charló con Luke Skywalker, camino de Yavin 4, sobre la frustración que le causaba saber que la princesa Leia Organa era realmente su hermana, porque se trataba de la mujer más hermosa de la galaxia y había estado a punto de enamorarse de ella.
Debatió en los límites de la zona prohibida con la doctora Zira sobre los derechos humanos y la teoría de la involución.
Entabló en la órbita de Júpiter sesudas conversaciones filosóficas con Hal 9000, a la sombra de un gran monolito.
Exploró el espinazo de la noche con Carl Sagan, y alcanzaron los confines del universo, más allá de donde nadie ha llegado jamás, y allí tuvieron un encuentro con el Capitán Kirk y Mister Spock.
Acompañó a Khaleesi, Madre de Dragones, en todo su periplo de conquista, e inevitablemente, se enamoró también de ella.
Con todos ellos habló.
Pero desgraciadamente, siempre acababa dándose cuenta de que hablaba solo y no recibía respuesta. Entonces era cuando ansiaba una persona de carne y sangre que le escuchara, que le debatiera, que le corroborara, que le comprendiera. Y al darse cuenta de esa necesidad, era cuando sentía, mas poderoso sobre sus hombros, el peso de la soledad.
Cáceres, 25 de julio de 2022
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25 julio 2022 a las 21:05
El peso de la soledad, mucho y nada que decir sobre eso…
Un relato muy bonito, emotivo para mí y un paseo extraordinario el que nos has regalado. Un abrazo, amigo
25 julio 2022 a las 21:12
Gracias, amiga
26 julio 2022 a las 05:15
La peor de las soledades es aquella que se vive acompañado…besos al vacío desde el vacío
26 julio 2022 a las 07:31
Efectivamente, es tan mala como la soledad absoluta, y mucho, muchísimo más frecuente. Es la que millones de personas sufren en las ciudades (no exclusivamente, pero sobre todo en ellas) en todo el mundo.
26 julio 2022 a las 08:02
Hermoso y triste texto. Primero nos haces rememorar a esos personajes especiales que tienen tanto que contar y decirnos, luego nos damos cuenta de que no nos van a acompañar. Tambien nos has hecho pensar y, aunque el mal del protagonista no disminuye, el nuestro quizás sí. Creo que su expectativa con respecto a su interlocutor es de alto vuelo y por eso no se conforma. La familiaridad aburre, pero es buena compañera si la dejamos ser con sus imperfecciones y su común esencia. El gran tema de la soledad… Me ha gustado mucho.
26 julio 2022 a las 16:27
Me alegro muchísimo que te haya gustado.
Tu interpretación del escrito es muy acertada. Cuando el protagonista del relato pone pie en tierra y se da cuenta de que sus fabulosas conversaciones son en realidad monólogos (iba a adjetivarlos como patéticos, pero creo que en realidad no lo son, creo que son fantásticos monólogos), cuando se da cuenta, decía, de que jamás se materializarán, que son reflejos idealizados de sus anhelos incumplidos o de sus experiencias del pasado, la sensación de soledad se acentúa en él… Y sí, como bien dices, no debemos despreciar la rutinaria realidad de la compañía cotidiana, pero… ¿quién no se ha sentido alguna vez solo en medio de la multitud? ¿Y quien en esos momentos no ha hablado con sus personajes, ficticios o reales, favoritos?… Bueno, a lo mejor tan solo yo y un puñado más de personas soñadoras.
Muchas gracias por tu comentario, Paula, un abrazo.
(Por cierto, te tengo que dar las gracias por partida doble, porque a causa de una entrada de tu blog, rescaté de mi voluminosa pila de lecturas pendientes, 1984 de George Orwell)
26 julio 2022 a las 17:52
Todos nos sentimos solos, es la esencia de nuestra individualidad, no? Pero nos sentimos menos solos cuando aceptamos que todos estamos solos (ja! ya parece un trabalenguas) . Y, sí, es cierto; de vez en cuando soñar con lo extraordinario infunde magia en la vida. De las dos necesitamos: magia y familiaridad. (Me alegra que te haya inspirado a releer un libro).
8 agosto 2022 a las 12:43
Tal cual, así se vive la Soledad.
21 mayo 2023 a las 21:08
Tantas veces creemos estar rodeados, pero en realidad estamos solos
Muy bien expresado.
Un abrazo 🌷