Moneda al aire


La moneda cae tintineando al suelo, rueda unos metros hasta debajo de la mesa y, tras bailar unos segundos sobre sí misma, finalmente se detiene…


No puedes decir que me quieres, porque eso no sería cierto.

Yo no puedo decir que te odio, porque tampoco lo sería.

Pero sí me dices que tienes dudas sobre lo nuestro, y que para resolverlas, vas a tirar una moneda al aire. Si sale cruz te marchas, si sale cara te quedas. Lo dices con la despreocupación de siempre, con tu manera desordenada de hacer las cosas, como si tu vida, nuestras vidas, fueran un juego. Yo, por mi parte, pienso que si actúo lo suficientemente rápido, podré coger la moneda al vuelo. Así evitaré que caiga al suelo, porque no es necesario saber si lo hará en cara o en cruz. Es irrelevante, yo ya he tomado una decisión al respecto de lo nuestro.

Desconociendo mis intenciones, sacas la moneda con teatralidad, me miras con una expresión que oscila entre la importancia de lo que se acuerda en esta tirada y la burla por el método absurdo que utilizas para tomar tu decisión; después, sin decir una palabra más, la lanzas al aire. Confías nuestro destino al azar con total despreocupación, sin sospechar que de todas formas yo ya lo tengo sellado desde esta misma mañana, cuando he comprado, sin que tú lo supieras, un billete de avión unitario solo de ida para Lisboa.

La moneda vuela por el aire; confío en que mi velocidad me permita alcanzarla antes de que caiga al suelo y que, por una vez, sea yo quien se haga con el control de la situación. En un flash instantáneo imagino tu cara de asombro cuando te diga que lo que tú decidas no me preocupa, que quien se marcha de aquí soy yo, y que tú no puedes hacer nada por evitarlo. Lanzo mi mano a por la moneda, que tras describir un arco en el aire ya ha comenzado a descender, pero por una décima de segundo se escapa entre mis dedos, cae tintineando al suelo, rueda unos metros hasta debajo de la mesa y tras bailar unos segundos sobre sí misma, se detiene con la cruz hacia arriba.

Cruz, los dos lo hemos visto.

Tú te agachas con una rapidez inesperada a recoger la maldita moneda. Cuando me la enseñas en la palma de tu mano, has cambiado el resultado.

— Cara… —dices casi con indiferencia—. Me quedo contigo.

Me estás haciendo trampa, pero yo, inútil de mí, no sé reaccionar y guardo silencio.

Sonríes maliciosamente, casi con condescendencia y me abrazas sin permiso, no efusivamente, pero sí con firme decisión. Una vez más, como siempre, te adueñas de la situación sin que yo pueda hacer nada por evitarlo.

En cuanto puedo, me disculpo y me encierro en el cuarto de baño. Miro mi rostro dubitativo en el espejo durante un par de minutos eternos. Después, despacio, saco el billete de avión del bolsillo trasero de mi pantalón. El pequeño cartoncillo parece quemar en mis manos. La duda me atormenta. ¿Qué debo hacer? Este billete es la llave hacia otra realidad, tal vez más feliz, seguro que más serena y equilibrada.

Finalmente me encojo de hombros.

— ¡Oh, demonios…! —susurro— ¿A quién pretendo engañar?

Rompo en mil pedazos el billete, lo arrojo al inodoro y dejo correr el agua. Maldigo mi debilidad, porque siento que el remolino del desagüe se lleva los restos rotos de mi maltrecha dignidad.

Abro la puerta y una vez más, como siempre, salgo a tu encuentro, pero me gustaría que supieras que en esta ocasión todo ha estado a punto de terminar de otra manera.


El Peregrino de Casiopea - Moneda al aire

Cáceres, 11 de diciembre de 2021