El reloj


Se trataba de un simple reloj analógico de lo más común, pero su mecanismo albergaba la capacidad de invertir el tiempo


Tengo un reloj que funciona hacia atrás.

Descuenta los segundos, los minutos y las horas (si lo dejase activado lo suficiente, haría lo mismo con los días, los meses y los años), y al hacerlo, el mundo, tú y yo incluidos, también marcha hacia atrás.

No se trata de un carísimo reloj inteligente de última generación. Es tan solo un Festina analógico de tres esferas de la gama media más asequible, que compré hace tres días en la pequeña relojería de mi barrio.

Si la gente conociera las propiedades de este portentoso reloj y les pidieras su opinión acerca de él, algunos, los de mayor formación científica, tras salir de su incredulidad, aventurarían que se trata de un reloj cuántico que funciona con taquiones que doblegan la velocidad de la luz y hacen que el tiempo se repliegue sobre sí mismo; otros, los más inclinados a las artes místicas, dirían que es un reloj mágico, objeto de un encantamiento realizado por un oscuro nigromante anónimo; pero la mayor parte de la gente se reiría en mi cara y me diría que se trata tan solo de una simple superchería, mía o de quién me lo vendió y que yo, incautamente, he dado por buena.

Pero lo cierto es que, lo creas o no, cuando lo pongo en funcionamiento, las manecillas del reloj giran hacia atrás y el tiempo desanda su camino arrastrando todo hacia el ayer: los aviones recogen sus estelas blancas en el cielo, las gotas de lluvia caen hacia arriba desmojando aceras y tejados, en las playas el mar recupera las olas perdidas, los amaneceres se convierten en ocasos, las palabras pronunciadas se transforman en un galimatías sin sentido cuando vuelven a las bocas… Y lo irreparable se repara: los platos rotos se recomponen, se desanudan los desencuentros, los reproches se desdibujan y los agravios se desagravian.

Cuando el viernes pasado desprecinté la caja del reloj, me lo ajusté a la muñeca, lo puse en hora y presioné la ruedecilla que accionó su mecanismo, comprobé sus insólitas capacidades. Mi cerebro se volteó como un calcetín, vi descontarse los segundos y sentí mis pensamientos despensarse (no encuentro otra forma de expresarlo). Observé una mosca volar hacia atrás por la habitación y a mi gato Lucifer manotear grotescamente huyendo de ella.

El miedo me atenazó, porque al miedo le da igual hacia donde fluya el tiempo. Con mucha fuerza de voluntad revertida, como el que hace algo a trasmano, luché a contracorriente y conseguí extraer el botón de puesta en marcha y parar el reloj.

Todo volvió a fluir en el orden que debía. Lucifer retomó su rol de cazador lanzando zarpazos detrás de la mosca.

Me quité el reloj de la muñeca horrorizado, lo guardé de nuevo en su estuche y lo escondí en el cajón de mi mesita de noche.

Di vueltas a la cabeza durante todo el día pensando en lo sucedido, intentando buscar una explicación racional al desfase que había experimentado. Incluso pensé en devolver el maldito artefacto a la relojería donde lo había comprado, pero finalmente resolví no hacerlo. ¿Qué iba a decirle al relojero? ¿Devuélvame el dinero porque este reloj me roba los recuerdos?

De esta forma, el dichoso ingenio ha permanecido escondido en mi mesita de noche los dos últimos días. Mi inquietud por sus desconcertantes cualidades ha hecho que no me lo haya podido quitar de la cabeza, pero el miedo me ha mantenido apartado de él. Hasta esta mañana, en que, superando mi cautela, lo he recuperado del fondo del cajón donde lo guardé.

Hoy voy a hacerlo funcionar de nuevo.

Haré retroceder el tiempo.

No lo haré para evitar grandes males que hoy conozco pero que hace una semana nadie podría prever. No lo haré para avisar a las autoridades de los conflictos, de los desastres naturales o sanitarios que les están por venir, ni de grandes accidentes o sucesos luctuosos que se les avecinan. Creo que todo eso está por encima de mis capacidades de credibilidad. Tampoco lo haré para hacerme rico comprando boletos de lotería premiados o realizando apuestas sobre seguro.

No.

Lo haré únicamente para regresar a la tarde del sábado de la semana pasada, cuando vaciaste de tus ropas el armario de nuestra habitación y te marchaste de casa dejándome ahogado por la pena y el remordimiento. Tal vez incluso retroceda unos días más y borre de nuestra historia aquella frase que no debí pronunciar, aquel mal gesto que realicé, aquellos desplantes que nos hicimos. Intentaré sacar brillo a todos los momentos que pasamos juntos y te diré te quiero en todas aquellas ocasiones en las que lo pensé pero no lo pronuncié.

Espero contar con una segunda oportunidad para poder hacer bien todas las cosas que hice mal contigo.

Cojo el reloj, me lo pongo en la muñeca y respiro profundamente para calmar los nervios e intentar reunir el coraje necesario. Dicen que el pasado no puede cambiarse, pero que si, por la causa que fuera, consiguieras hacerlo, es muy probable que cambiaras a peor las reglas del presente, que la más simple variación en los acontecimientos puede desencadenar una serie de sucesos en cadena que varíe fatalmente el presente.

Hoy asumiré ese riesgo. Espero que todo salga bien.

Con la esperanza de que regreses a mi lado pongo el reloj en marcha…

¡CLIC!

!CILC¡

…ahcram ne joler le ognop odal im a seserger euq ed aznarepse al noC


El Peregrino de Casiopea - El reloj
La persistencia de la memoria (1931, Salvador Dalí)

Cáceres, 23 de enero de 2022


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