Tres ángeles
Tengo tres ángeles ahí arriba. En las alturas los tengo. Muy cerquita de la constelación de Casiopea están, sonriéndome.
Tengo tres ángeles ahí arriba. En las alturas los tengo. Muy cerquita de la constelación de Casiopea están, sonriéndome.
Uno de ellos es mi hermano mayor, Manuel Pedro. Murió a los veintidós años, teniendo menos de la mitad de los años que hoy tengo yo, pero aún así, siempre será mi hermano mayor. Él fue mi mentor y mi guía en las cosas importantes de la infancia, aquellas que marcan para siempre la vida futura del adulto. Por él, y también por mi hermana mayor Gabriela, me convertí en un lector incondicional. De pequeño, cuando yo aún no sabía juntar dos letras, los veía a los dos leer cómics de Bruguera o novelas de Los Hollister o de Los Cinco. Gracias a ellos, siempre hubo libros o tebeos en casa, y debido a ellos, a día de hoy, la mía está abarrotada de libros. Sin mi hermano, yo no sería la persona que soy.
Mi hermano y yo dormíamos juntos en las dos estrechas camas del sofá nido del salón, él en la de arriba y yo en la del cajón inferior. Por la noche, en la oscuridad, hablábamos de superhéroes, nos contábamos películas o cuentos o escuchábamos en la radio un programa de fenómenos sobrenaturales famoso por aquel entonces, él fascinado por los misterios que narraban, porque siempre fue un aventurero, y yo muerto de miedo, pero con la tranquilidad de saber que no podía pasarme nada porque a mi lado estaba mi hermano mayor.
Mi hermano nos dejó un tristísimo día de abril, en un absurdo accidente de los que ocurren uno entre un millón. Su muerte fue devastadora, como el paso de una apisonadora sobre el centro de nuestro hogar. Y si para mis dos hermanas y para mi fue una experiencia terrible, lo fue aún más para mis otros dos ángeles: mis padres.
Mis padres fueron niños de la guerra, que escucharon caer las bombas cerca de sus casas, niños de una posguerra cargada de privaciones y pobreza; jóvenes de una España rural atrasada de viejas fotos en blanco y negro. Se casaron jóvenes, porque en aquella época todo el mundo se casaba joven. Y también tuvieron hijos pronto, mi hermana y mi hermano mayores primero, varios años después llegué yo, y posteriormente, ya alejados de la tierra que nos vio nacer, tuvieron a mi hermana menor, Rosa María. Les tocó una época difícil. Para poder salir adelante, probaron suerte en el campo, pero las cosechas no acompañaron, lo intentaron con un bar y con un puesto en el mercado de abastos del pueblo, pero tampoco resultó, y como muchos españoles, se vieron abocados a salir de su tierra con sus tres hijos y acabar en el lluvioso norte peninsular. Allí nació, como antes dije, mi hermana menor, y desde entonces, hasta que nos visitó la desgracia, fuimos seis en la familia.
Una familia muy humilde, pero feliz.
Mi padre se llamaba José, Pepe lo llamó siempre mi madre. Su trabajo no le permitía pasar mucho tiempo con nosotros. Algunas veces, en verano, en los raros días en que no trabajaba, cogía su SEAT 1500 y nos llevaba apretujados en los asientos traseros, a la playa de Deba, y eso era todo un acontecimiento cargado de aventuras para nosotros.
A mi padre le gustaban la películas del oeste, decía que las había visto todas, porque trabajó una temporada en el cine de verano del pueblo. También le gustaba la música, coplas y boleros: Antonio Machin, Juanito Valderrama y Dolores Abril, Antonio Molina, Rafael Farina, Antoñita Peñuela.
Mi padre fumaba mucho, a veces tenía dos cigarrillos encendidos, uno olvidado en el borde de algún mueble o de una ventana y otro entre sus dedos. También fumaba en pipa, y dejaba en casa el olor dulzón de su tabaco, un olor que ha quedado en mi recuerdo como un sello de su identidad.
Mi padre, igual que mi hermano, murió de forma inesperada. Dieciséis años sobrevivió a su hijo, hasta que su corazón se cansó de funcionar.
Y mi madre tuvo que hacer frente a una nueva pérdida irreparable.
Mi madre se llamaba Amalia. Le gustaba el campo y las ovejas, le retrotraían a sus días de niñez, que siempre decía, fueron muy humildes y llenos de privaciones, pero muy felices.
La recuerdo, siendo yo muy pequeño, escuchando las novelas de la radio mientras no paraba de trabajar en casa. Era una gran administradora, estiraba de forma admirable el pequeño sueldo de mi padre para que a ninguno de nosotros nos faltara nada, y gracias e ella, mis hermanos y yo tuvimos una infancia afortunada.
La muerte de mi hermano le robó la alegría. Desde entonces nunca fue feliz, y con la muerte de mi padre, unos años después, se acentuó su tristeza.
Mi madre sufría de persistentes dolores físicos. Padecía artritis reumatoide y fibrosis pulmonar. En sus últimos años, se vio cautiva de un andador para poder caminar y de un concentrador de oxígeno para respirar.
A pesar de eso, mi madre era una mujer muy fuerte, sobrevivió a una guerra, a una posguerra, a largos años de penuria económica, a la muerte de un hijo, a la muerte de su marido, incluso sobrevivió al COVID; vivió muchísimos años con el dolor de estas pérdidas y con el dolor físico de su enfermedad. Siempre le rondaba una tristeza obstinada y era bastante pesimista, pero cómo no serlo con su experiencia.
Mi madre decía a menudo, cargada de melancolía, que estaba cansada de vivir, que su vida estaba siendo muy larga ya.
Murió acompañada, de sus dos hijas y de su hijo. Juntos la velamos en su lecho de muerte. Se fue en la tarde del pasado 23 de abril, con la idea de que había dejado todo bien colocado, como ella quería. Expiró dulcemente y nos dejó desamparados.
Hace unos meses, mi madre nos contó un sueño que tuvo, un hermoso sueño. En él, atravesaba con su andador un túnel muy oscuro y estrecho. Caminó y caminó por él hasta que al fondo observó una luz que anunciaba la salida. Al pasar al otro lado, se encontró con un día de sol radiante y un inmenso parque lleno de gente, y entre ellos estaba mi hermano. Jugaba al fútbol. Mi madre se acercó a él. Seguía teniendo los veintidós años de siempre y al verla, se extraño de encontrarla tan vieja. Al fondo, hablando y riendo con otras personas, vio también a mi padre, y se sintió intensamente feliz en aquel lugar, libre de penas y dolores. Recordaba muy a menudo este sueño y hablaba de él con una sonrisa en los labios. El sábado 23 de abril, cruzó la frontera que aquel sueño le había mostrado, y ahora, espero, deseo, tengo la seguridad, de que está en aquel lugar, en compañía de mi padre y de mi hermano, y de mis abuelos y de sus hermanos, y de todos aquellos que la quisieron y se marcharon antes que ella.
Antes del 23 de abril tenía a dos ángeles en las alturas, muy cerquita de la constelación de Casiopea.
Hoy tengo a tres.
Y los tres me sonríen.
Cáceres, 30 de abril de 2022
Dedicado a mi hermano Manuel Pedro, a mi padre José y a mi madre Amalia, allá donde estén. También a mis hermanas Gabriela y Rosa María, que siempre han compartido las mismas pérdidas conmigo.
1 mayo 2022 a las 11:40
El sentimiento de la ausencia de los que quieres es de los más profundos
1 mayo 2022 a las 18:30
Efectivamente, amigo. Es un sentimiento ancestral, muy poderoso y universal.
2 mayo 2022 a las 14:35
Un sentimiento de ausencia, como decía eguiluzblog, perfectamente plasmado en tu relato, en el que he mantenido el corazón encogido mientras lo leía. Un relato que te agradezco infinito que hayas compartido por muchas cosas pero sobre todo, porque me siento profundamente identificada en el. Gracias amigo y un fuertisimo abrazo
2 mayo 2022 a las 15:39
Muchísimas gracias a ti, Moly. Valoro siempre mucho tus comentarios, ya lo sabes.
Escribir esta entrada ha sido en ocasiones difícil, pero finalmente me ha procurado consuelo. Ha servido para aliviar parcialmente la presión del dolor del duelo, y tengo que decirte que la última publicación de tu blog ha tenido influencia en la escritura de esta mía. Por ello te doy las gracias, amiga mía.
2 mayo 2022 a las 18:12
Sinceramente muy conmovedor y real. Historia verdadera y vivida. Mi más sentido pésame por el fallecimiento de tu querida madre, que en Paz descanse, junto a tu padre y hermano. Intuíamos algo que había ocurrido, pero nadie nos ha dicho nada. Un abrazo
2 mayo 2022 a las 18:43
Muchas gracias, Antonio. Es mi pequeño homenaje y recuerdo a mi madre, que hice extensivo a mi padre y mi hermano.