El abrazo
Historia de un amor desde la ilusión del primer día, hasta el desgarro del último.
Todos los momentos confluyen en este instante.
Todo lo que nos dijimos, lo que hicimos, lo que vivimos… Y todo lo que no nos dijimos, lo que no hicimos, lo que no vivimos.
Las alegrías y las penas, Los gozos y las frustraciones, las expectativas y los desencantos, las risas y los llantos.
Como en una película, nuestra historia desfila ante mis ojos, en aisladas estampas de episodios irrepetibles.
La tarde desapacible de invierno en la que nos encontramos por primera vez en aquella plaza del centro, cuando te ayudé a recoger bajo la lluvia los libros que habían caído de tus manos al suelo por culpa del empujón fortuito de un transeúnte desaprensivo. La súbita sacudida casi eléctrica cuando nuestras manos se tocaron fugazmente. Las gotas de lluvia como perlas transparentes resbalando por tu rostro perfecto cuando me sonreíste al darme las gracias. La carrera para resguardarnos en aquella cafetería de la Gran Vía. El café caliente que nos tomamos mientras charlábamos y nos enamorábamos con cada latido de corazón.
Y los siguientes encuentros, siempre precedidos por el anhelo de volver a vernos. Los paseos por el parque del Retiro en primavera, bebiéndonos la vida como náufragos sedientos, con la sensación de flotar juntos por encima de la gente, cómplices de nuestras bromas privadas, de nuestros lugares secretos, de nuestras palabras inventadas. La alegría de verte esperándome en la puerta de la oficina a la salida del trabajo para acudir a nuestro pub favorito y charlar de nada en concreto, mientras tú tomabas tu coca-cola light y yo mi botellín de cerveza.
Las noches de pasión de los sábados y las tardes de cine de los domingos.
La alegría de vivir por tí, contigo.
Esos días luminosos del amor recién estrenado.
Y la decisión de compartir nuestras vidas, sin necesidad de ceremonias o de papeles grises que firmar. El traslado a aquel pequeño piso de las afueras, donde aprendimos a vivir juntos. La transformación de tu yo idealizado en tu yo cotidiano. La aventura de aprender a compartir las virtudes, pero también los defectos del que duerme a tu lado. Los enfados y las reconciliaciones con compensación.
Y el último día perfecto de nuestra relación.
Y los días siguientes en los que el mundo real nos sorprende desprevenidos, haciendo estallar nuestra burbuja de placidez. Las miserias mundanas que enfrían las ilusiones imposibles de mantener. Las urgencias económicas que solucionar, las obligaciones laborales que atender, las intrusiones sociales que se infiltran entre nosotros y socavan día a día nuestra confianza. La última tarde que nos besamos al llegar a casa después del trabajo.
Y la rutina destructora. El astío de los días grises que se deslizan silenciosos por las casillas del calendario. La incomunicación que una noche, de improviso, vino a visitarnos y se quedó pegada a nuestros pijamas como una viscosa pesadilla en una noche de desazón.
Y las sospechas, los recelos, la desconfianza. El ego por encima del pasado común. El olvido de la luz que un día nos deslumbró y que ahora parece un apagado destello furtivo en la lejanía.
Y los gritos y las palabras irreparables que hieren de muerte lo que ayer nos parecía inmortal.
Y el arrepentimiento y la culpa desoladora por el daño causado, pero también la imposibilidad de decir “lo siento”, de decir “todavía te quiero”, de decir “no me dejes”. El desamparo en el que el orgullo deja a los sentimientos y socava cada vez más profundo el foso que nos va separando.
El futuro que planeamos juntos y se malogró.
Y finalmente el día de hoy, en el que me encuentro aquí, de pie ante ti, incapaz de retenerte, de pedirte que lo reconsideremos, que nos vayamos a la cama y que mañana será otro día. Incapaz de darte las gracias por todo lo bueno que me has dado y pedirte perdón por todo el daño que te he hecho.
Y las lágrimas que en este instante asoman por tus ojos.
Todas esas cosas que pudieron haber sido y no fueron.
Todas esas cosas que fueron y podrían no haber sido.
Todos esos momentos confluyen en este abrazo en el que dolorosamente nos decimos adiós para siempre.
Cáceres, marzo de 2020

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